Con un enfoque extraordinariamente objetivo, el autor disecta el efecto generalmente nocivo que a ha tenido, especialmente desde fines del siglo XIX, nuestra presencia, actividades y desechos en la vida, el clima y los ecosistemas en general de prácticamente todo el planeta.
Los ejemplos abundan: desechos plásticos desmenuzándose en el océano y las playas (algunos, encontrados hasta en peces y plancton), floraciones de químicos (radiactivos o no) pese a medidas de contención o en su ausencia, sobrecarga de la atmósfera con nuestros desechos industriales y su efecto en el clima, extinción de especies animales y vegetales por el uso y abuso de suelos para la agricultura y la habitación...
La lista es larga, y probablemente ya han escuchado, visto y leído sobre esto más de una vez, lamentablemente.
El autor documenta con fría precisión cada uno de estos temas, para luego, en cada caso, mostrarnos cuánto tiempo le tomaría a la naturaleza revertir nuestras acciones si sencillamente dejáramos de hacerlas. Asimismo, se entretiene en mostrar cuánto tiempo le toma a la naturaleza consumir nuestra civilización y sus obras: de las más cotidianas a las más monumentales. A título anecdótico, lo único que nos sobrevive, en la escala geológica de las cosas, es el Monte Rushmore ...y nuestros desechos plásticos.
Por supuesto, el autor muestra esfuerzos de muchas personas, que lejos de hacerse a un lado o ignorar estos problemas, trabajan activamente por revertirlos... pero que claramente son una minoría. Sugiere, como medida primaria, un control de población mucho más astringente y severo (1 hijo por mujer durante al menos cien años), para disminuir nuestra demanda de recursos y espacio, y dejar así a la naturaleza recuperar sus fueros sin perder necesariamente nuestro lugar.
El hecho es que, como este y otros autores han señalado, si no sabemos convivir con nosotros y nuestro ambiente, algún día correremos el riesgo de extinguirnos.
Y la vida seguirá, por supuesto.
Pero en un mundo sin nosotros.
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