lunes, 16 de agosto de 2010

La ropa sucia se lava en casa

Roma, circa 58 A.C. En algún lugar del Monte Aventino.

La lavandera entró en la planta baja de su casa bostezando.

Todos los días era más o menos lo mismo: levantarse un par de horas antes del alba, preparar su desayuno arriba en el triclinio (limpiarlo después....) y bajar luego de vuelta a la planta baja para disponer las cosas para el trabajo del día... todo ello con los ronquidos del "huésped" de la terraza como música de fondo.

Mientras recogía de un estante las escudillas, el pan, el queso y la leche (que por el olor, no pasaba de hoy...), meneó la cabeza. Aunque hacía ya algún tiempo que el joven estaba alojado en su establecimiento, todavía no lograba comprender del todo lo que pasaba por la cabeza del "muchacho".


No era pereza, eso estaba claro: el hombre se aplicaba diligentemente todos los días, en esto y aquello, ayudándola con las cosas que se necesitaban en la lavandería o con los menesteres del barrio y de sus vecinos.

Incluso, para diversión de la lavandera, el joven ya tenía algunos "clientes"... como los habría tenido seguramente de haberse quedado en casa atendiendo los asuntos de su propia familia. Una familia de la que el joven, según él mismo mascullaba, quería desentenderse "por el momento".


Una familia que, por los mal disimulados modos y refinamientos del joven, sería seguramente de buena cuna, si no noble.


A medida que disponía las cosas en el triclinio, la lavandera recordó la primera vez que le había preguntado a su alojado sobre el particular y cómo éste le había dado largas al principio y explicaciones más bien vagas luego: hastío con sus tradiciones familiares, desinterés por los negocios y deberes de su reciente investidura ciudadana... evidencias todas de una aparente rebeldía, que claramente escondían algo más.

De hecho, el joven tenía siempre un sueño muy inquieto, producto de cierta excursión familiar a la que evitaba referirse en detalle, pero cuyo recuerdo lo atormentaba de noche. La lavandera le había propuesto, preocupada, que consultara al médico del barrio, pero el ciudadano había desechado el consejo, argumentando que "el tiempo y el trabajo estaban disipando esas sombras".


La lavandera suspiró. Abajo escuchaba a los esclavos que estaban entrando a la planta baja; como todos los días, tendría que ir a buscarlos y traerlos prácticamente a rastras escaleras arriba para que desayunaran con ella. Aunque los hombrotes no decían palabra, resultaba evidente que no se sentían cómodos con todo ello. Sin embargo, el sentido de decencia de la lavandera y su propia experiencia de trabajo no le permitían tener esclavos trabajando para ella sin darles el mínimo sustento.

Miró a la terraza, donde el ciudadano seguía roncando y meneó la cabeza de nuevo. Como era también ya de costumbre, su "huésped" despertaría con el canto del gallo y seguramente sabría buscarse la vida, con o sin desayuno. La lavandera sabía que, mientras algo no le abriera los ojos, el joven seguiría trabajando en el barrio, siendo de utilidad a sus vecinos y evitando pensar demasiado en las alternativas que seguía postergando.


Pero esas alternativas eran asunto del joven y no de la lavandera, que tenía un negocio que atender.

Como todos los días.


"Bueno," se dijo en voz baja la mujer, "al trabajo" y comenzó a bajar las escaleras.

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Este relato fue creado como introducción de mi relato interactivo "Modus Vivendi", por lo que continuará aquí, una vez sea publicado para la CiviliComp.

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