viernes, 14 de mayo de 2010

El capitán Alatriste: no es de oro todo lo que reluce (y un siglo, menos)

He disfrutado mucho la lectura de El capitán Alatriste, primer volumen de la colección Las aventuras del capitán Alatriste, escrito por el novelista español Arturo Pérez-Reverte. Tiempo hacía que no leía novelas de capa y espada, y mucho me ha gustado, por lo que paso a reseñarla brevemente.

El relato se basa en la vida de Diego Alatriste y Tenorio, un soldado veterano de los tercios de Flandes y espadachín que sobrevive alquilando su acero, pero nunca su honra, en el Madrid del siglo XVII, en el Siglo de Oro español... y aquí conviene que explique el título de este post, de labios de Íñigo Balboa y Aguirre, hijo de un fallecido amigo del capitán, su (entonces) paje y cronista de la saga:

Si en el casi medio siglo de reinado de nuestro buen e inútil monarca Don Felipe Cuarto, por mal nombre llamado el Grande, los gestos caballerescos y hospitalarios, la misa en días de guardar y el pasearse con la espada muy tiesa y la barriga vacía llenaran el puchero o pusieran picas en Flandes, otro gallo nos hubiese cantado a mí, al capitán Alatriste, a los españoles en general y a la pobre España en su conjunto. A ese tiempo infame lo llaman Siglo de Oro. Más lo cierto es que, quienes lo vivimos y sufrimos, de oro vimos poco; y de plata, la justa. Sacrificio estéril, gloriosas derrotas, corrupción, picaresca, miseria y poca vergüenza, de eso sí que tuvimos a espuertas. Lo que pasa es que luego uno va y mira un cuadro de Diego Velázquez, oye unos versos de Lope o de Calderón, lee un soneto de Don Francisco de Quevedo, y se dice que bueno, que tal vez mereció la pena.
Y es que, en efecto, a los ojos de sus testigos presenciales (entre los que está Francisco de Quevedo, amigo del capitán) el mentado siglo dorado no fue tal, sino más bien el engañoso fulgor de una decadencia que se aceleraría en menos de 20 años para dar a la postre con la hegemonía de España en el mundo, su economía y cultura...

...pero, no adelantemos los hechos (como diría Íñigo) y volvamos a lo que nos ocupa.

Corre el año 1622 (o 1623; el cronista no está seguro), siendo soberano Felipe IV de España . Don Diego, intentando capear la miseria que lo acecha, acepta un trabajo donde se necesitan sus servicios como espadachín a sueldo. Es citado en una extraña casa abandonada y entrevistado por dos sujetos enmascarados quienes le señalan que existen dos viajeros ingleses que deben ser castigados o desanimados de llegar a la embajada inglesa, que es su destino final... pero sin matarlos ("Ni muertos ni sangre –insistió el hombre corpulento–. Al menos, no mucha."). Sin embargo, estando ausentes los sujetos enmascarados, aparece fray Emilio Bocanegra, dominico y presidente del Santo Tribunal de la Inquisición, quien cambia las órdenes.

Alatriste intentará cumplir con el encargo, pero estas cosas suelen complicarse... y no se diga más, que no quitaré al potencial lector el gusto se averiguarlo por si mismo.

Todo esto, por supuesto, con Madrid, su buena gente y tanta maravilla de esos tiempos como telón de fondo, lo que, sin embargo, no hace perder del todo la perspectiva del cronista. Cito otro pasaje:
–Ahí viene Lope –dijo alguien.
Todos se quitaron los sombreros cuando Lope, el gran Félix Lope de Vega Carpio, apareció caminando despacio entre los saludos de la gente que se apartaba para dejarle paso, y se detuvo unos instantes a departir con Don Francisco de Quevedo, quien lo felicitó por la comedia que representaban al día siguiente en el corral del Príncipe: acontecimiento teatral al que Diego Alatriste había prometido llevarme, y yo iba a presenciar por primera vez en mi vida. Después, Don Francisco hizo algunas presentaciones.
–El capitán Don Diego Alatriste y Tenorio... Ya conoce vuestra merced a Juan Vicuña... Diego Silva... El jovencito es Íñigo Balboa, hijo de un militar caído en Flandes.
Al oír aquello, Lope me tocó un momento la cabeza con espontáneo gesto de simpatía. Fue la primera vez que lo vi, aunque tendría después otras ocasiones; y recordaré siempre su continente sexagenario y grave, su digna figura clerical vestida de negro, el rostro enjuto con cabellos cortos, casi blancos, el bigote gris y la sonrisa cordial, algo ausente, como fatigada, que nos dedicó a todos antes de proseguir camino rodeado por muestras de respeto.
–No olvides a ese hombre ni este día –me dijo el capitán, dándome un afectuoso pescozón en el mismo sitio donde Lope me había tocado.
Y no lo olvidé nunca. Todavía hoy, tantos años después de aquello, me llevo la mano a la coronilla y siento allí el contacto de los dedos afectuosos del Fénix de los Ingenios. Ni él, ni Don Francisco de Quevedo, ni Velázquez, ni el capitán Alatriste, ni la época miserable y magnífica que entonces conocí, existen ya. Pero queda, en las bibliotecas, en los libros, en los lienzos, en las iglesias, en los palacios, calles y plazas, la huella indeleble que aquellos hombres dejaron de su paso por la tierra. El recuerdo de la mano de Lope desaparecerá conmigo cuando yo muera, como también el acento andaluz de Diego de Silva, el sonido de las espuelas de oro de Don Francisco al cojear, o la mirada glauca y serena del capitán Alatriste. Pero el eco de sus vidas singulares seguirá resonando mientras exista ese lugar impreciso, mezcla de pueblos, lenguas, historias, sangres y sueños traicionados: ese escenario maravilloso y trágico que llamamos España.
Nosotros, que vivimos tiempos ciertamente de menos lustro en las letras pero no por ellos vacíos o faltos de maravilla en las artes y otros ámbitos, debemos también saber apreciarlos, saber vivir y, en la medida de nuestras posibilidades, talentos y fuerzas, dejar en definitiva nuestra huella, por breve que esta sea, en este friso tan hermoso que tuvo a bien Dios darnos a contemplar y completar... pardiez ;-)

Quien esto escribe no tiene pretensiones literarias en este sentido, por cierto, pero si tras leer lo que se escribe en este blog, alguno se siente inspirado o motivado a crear o recrearse con lo hermoso y bueno que hay en el mundo, no todo lo que se trabaje será en vano.

Dicho esto, es una novela absolutamente recomendable para todos los que disfruten del relato de aventuras, de la novela histórica y sobre todo de un relato en lo que bueno, lo hermoso y lo terrible de nuestra humanidad rezuma y reluce por todo lo alto.

Hasta pronto...

2 comentarios:

  1. Una vez más coincido en gustos literarios contigo, Incanus. "El capitán Alatriste" es uno de los libros que tengo en la estantería a los que guardo más cariño. Una de las pocas recomendaciones forzosas que nos hicieron en el instituto --éstas recomendaciones iban acompañadas siempre de un exámen-- que no me importó seguir.

    He seguido leyendo algunas otras novelas de Reverte y, fuera de la serie de aventuras de Alatriste, siempre me ha gustado recomendar a mis amigos "Territorio comanche" y "La piel del tambor".

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  2. Me alegro que te gustara la reseña y tomo nota de tus recomendaciones...

    [INCANUS]

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