Levantó la vista desde detrás del diario, que no estaba leyendo, y miró al otro lado de la calle.
Su mujer aun no aparecía en la boca del callejón para dar la señal convenida, así que simuló volver la vista al diario y tomó otro poco de café, que estaba frío hace rato: el mozo había intentado traerle una taza nueva, pero bastó una mirada para que lo dejara en paz.
En verdad, el café (incluso frío) no era malo, las sillas eran razonablemente cómodas y el local tenía parroquianos que entraban y salían constantemente, así que era un buen lugar para vigilar y esperar... pero la espera, como siempre, se le antojaba demasiado larga.
Entendía las razones, por supuesto: entrar así como así a un supuesto garito ilegal, detrás de la "fachada" de la tienda electrónica del frente, era correr riesgos innecesariamente. Lo primero era reconocer el terreno: las salidas, las entradas, azoteas de edificios vecinos, vías de escape... y los infaltables callejones sin salida, uno de los gajes más desagradables y peligroso de este "oficio".
Se conocieron así, hace años. Sin quererlo ni planearlo, entraron al mismo local "ilegal" y se vieron acorralados juntos en un rincón del que no había escape posible, salvo peleando juntos. Y se abrieron paso hasta la luz del sol, en una danza de violencia finamente coreografiada, como si hubieran trabajado juntos toda la vida.
Después, pasaron la noche juntos y, pese a los riesgos, decidieron seguir viéndose, fuera y dentro del trabajo.
Sus colegas estaban divididos entre los que los envidiaban y los que se opusieron a su asociación: que este tipo de trabajo encubierto no es para parejas, que se arriesga la integridad de la misión, que pueden chantajearte muy fácilmente si capturan al otro... nada de eso les importó: vivieron un día a la vez, disfrutando los éxitos y también los tropiezos, sí, de los que siempre salían adelante, contra todo pronóstico y circunstancia.
Juntos.
Fueron los mejores meses de sus vidas, al punto que decidieron casarse.
Los colegas, como grupo, se opusieron a ello terminantemente, pero no podían literalmente impedirlo: obligar a alguien en este "negocio" a hacer algo contra su voluntad era complicado en el mejor de los casos, cuando no derechamente peligroso.
Para evitar problemas con la comunidad, al principio fueron yendo de ciudad en ciudad, ayudando a los agentes encubiertos locales y dando una mano donde hiciera falta, sin quedarse en sitio alguno por demasiado tiempo.
Pero llegaron a esta ciudad, y descubrieron con sorpresa que no había agentes en terreno: sólo estaban ellos en activo y nadie más. La organización confirmó una baja hacía muy poco, y por la escasa "actividad" de la ciudad no se juzgó necesario un reemplazo urgente. Con tan buen pronóstico, decidieron quedarse más tiempo que el habitual y, como la actividad se mantenía baja, la estadía se alargó y se alargó...
No les costó encontrar una casa a su gusto y la organización no puso problemas cuando decidieron establecerse en forma permanente. Como la actividad se mantenía constante, pero siempre baja, tras algo de indecisión se arriesgaron y tuvieron un hijo. Se sabía de parejas en similares circunstancias que también habían criado sin problemas, por lo que, por un tiempo no se preocuparon... demasiado.
El niño supo desde muy temprano los riesgos que acarreaba "el trabajo de papá y mamá" y fue criado y educado según eso.
Para su dicha y orgullo, el niño creció y se desarrolló como un niño más: un niño dulce, travieso, cariñoso... pero trabajador, responsable y un poco serio para su edad (no importando qué edad tuviera).
Sin embargo, era popular con sus compañeros, por su generosidad, su alegría, su sensibilidad... y porque ningún matón le intentaba nunca más de un asalto en el patio. Como en la escuela nadie estaba a favor de estos abusos, nunca fue necesario dar demasiadas explicaciones: el chico, sencillamente, sabía cuidar de si mismo. Era, después de todo, un excelente alumno de todo cuanto sus padres habían querido enseñarle... que nunca fue todo lo que el chico quería saber.
Miró al otro lado de la calle: todavía nada.
Suspiró. Hasta qué punto el chico era capaz de cuidar de sí mismo era un tema de fuerte discusión con su mujer, especialmente desde que el niño había mostrado un interés serio en conocer más detalles del "negocio" familiar.
La triste verdad es que ellos mismos se habían "iniciado" en estos menesteres siendo ambos apenas mayores que su hijo... con la diferencia, eso sí, del que el chico no tenía la más mínima oportunidad de hacer nada a escondidas de sus padres, como ellos si pudieron (y tuvieron) que hacer.
Hastiado, dejó caer el diario en la mesita del café. Estaba por hacerle un gesto al mozo cuando su mujer se asomó discretamente del otro lado de la calle, apoyando el hombro izquierdo en el muro.
Sin cambiar apenas de expresión, dejó caer unas monedas sobre la mesa, cruzó la calle y tomó del brazo a su mujer. Le abrió la puerta de la tienda electrónica y la acompañó al interior.
Les bastó una mirada al rostro pálido y ojeroso del dependiente para confirmar sus sospechas. El local era claramente una "fachada" y, por algunas horas, tendría una actividad que no sería comercial en lo absoluto.
En menos de una hora llegaron al fondo del asunto y era mucho más oscuro, fétido y terrible de lo que sospechaban.
Como no les había ocurrido desde hacía más de quince años, otra vez estaban contra la pared, rodeados y acorralados en un rincón.
Con una mirada de complicidad, sacaron las armas y, riendo, se lanzaron juntos a la lucha, ambos distraídos por el recuerdo de ese hijo suyo que a esas horas estaría echando una siesta...
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Este relato fue creado para la publicación de mi relato interactivo "Pan de Ajo", por lo que continúa aquí.
lunes, 31 de mayo de 2010
Paternidad Responsable
Publicado por Incanus en 10:55
Etiquetas: costumbrismo, fantasía, horror, humor, Mi FI, Mi ficción, Pan de ajo, vampiros
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