viernes, 23 de junio de 2023

Sobre lecturas IV: medios

Continuando con esta serie sobre la lectura, en este artículo trataré de mi experiencia con los distintos medios de soporte que hacen posible la lectura; será probablemente el artículo más vivencial (y visceral) de esta serie y puede que esté entre los destacables del blog en ese aspecto más personal.

La verdad es que estas páginas comenzaron a publicarse cuando la única forma que yo tenía para acceder a la literatura era la impresa: pedía prestado o compraba el material de lectura que era de mi interés... cuando podía: en Chile comprar libros siempre ha sido un asunto complejo cuando no ruinoso, ya que la literatura (ficción, ensayo, educativa: todo cuanto se publica) paga impuestos: los materiales, la publicación y la venta. Curiosamente, irse al infierno, culturalmente hablando, es en mi país una actividad que aun sigue exenta de tasas...

Podrá imaginar el lector que en cuanto pude hacerlo comencé a comprar libros en el extranjero... y sobre aquello podría escribir un blog completo: los aspectos económicos del asunto, la logística sumamente dilatada pues las consultas de catálogo se hacían por correo tradicional (sin Internet) y sobre todo la espera para que llegaran los dichosos libros, un tiempo que a veces se hacía eterno:  los libros llegaban habitualmente al cabo de meses.

Una vez en casa, podía leerlos ¡por fin! a mis anchas. De hecho, a no ser por algún requerimiento educativo o académico, una vez tuve en mi poder la primera remesa decidí dejar de comprar libros en mi país: sencillamente, ya no valía la pena. No recuerdo haber sentido lástima por las librerías de mi ciudad porque, en mi experiencia mayoritaria entonces y a la fecha, esos locales eran atendidos (es un decir) por gente que no sabía leer mucho más que un recibo de compras o la etiqueta del precio.... pero eso da para otro artículo.

Ya entrando en la primera década de mi vida profesional, comencé a tener un acceso más frecuente a medios tecnológicos que me permitían leer libros electrónicos, pero el asunto aún tenía sus bemoles: la literatura en esos medios era fundamentalmente técnica y la lectura era un asunto obligado por razones de trabajo: "lectura forzada", cosa que en efecto existe y si la frase tiene ribetes de pena carcelaria es porque a veces se sentía de ese modo.

Por fin, allá por el 2011, comenzaron a aparecer los primeros dispositivos de lectura de e-books a precio razonable, al punto que pude comprar uno a mi gusto...

...y todo cambio en forma felizmente irreversible. Podía ahora comprar y acceder en forma muy económica (cuando no gratis) a cuanto libro fuera de mi interés, y pronto empecé a tener un colección virtual que superaba (y con mucho) a mi biblioteca "física".

Si el lector lo desea, puede conocer con pelos y señales mi periplo en esto de los e-readers, que en los últimos 20 años han sido mi medio preferente de lectura, por mil y un motivos prácticos.

¿Los libros impresos, la lectura en papel?

De vez en cuando vuelvo a ello, si el volumen lo amerita o siento nostalgia por alguna edición particular; a veces recibo (con mucho placer) libros de regalo o los compro si la ocasión (una feria, un viaje) lo amerita. En cuanto a eso que llaman "ir de compras" no hay nada que me guste más que visitar librerías... en el extranjero.

Y es que, a diferencia de lo que sigo viviendo acá en Chile, "allá afuera" aún saben ofrecer y vender libros, pues entienden que los libros son distintos a otras cosas que se compran también por necesidad; que tal he visto como se perpetra la venta de literatura en estos lares: equiparado un libro con una hamburguesa o un par de zapatos...

Si lo anterior se ha leido como una crítica a las librerías santiaguinas y su actitud de estulticia mercenaria para la venta de los libros, es sólo porque me he contenido. Entiendo perfectamente que la venta de libros sea un negocio complicado, máxime si los volúmenes son caros, pero me molesta la ignorancia compuesta con desidia en las librerías de mi ciudad, que no hace sino empeorar la experiencia del lector local en ciernes.

Llego así al final de este post, que no de la serie, la que ha de terminar en el próximo artículo, donde  referiré al delicado y acuciante tema de la ocasión: cuándo y cómo llega quien esto escribe a la experiencia de la lectura.

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