Finalizando esta serie sobre la lectura, ahora trataré un asunto más bien espinudo que no es otro que la ocasión: cuándo y cómo llega quien esto escribe a la experiencia de la lectura. Como en el post previo, incluiré aquí algunos elementos de vivencia personal aunque con algo menos de cabreo que en el artículo anterior.
En mi caso personal, salvo la obligada "lectura forzada" por temas laborales, la mayor parte del tiempo leo literatura por el placer de poder hacerlo: buscando entretenimiento, para aprender sobre algún tema de interés o (no se rían) procurando un poco de ese a veces esquivo crecimiento personal.
Dicho esto, si bien la mayor parte de mis lecturas son por gusto, lo cierto es que no siempre esa lectura es a gusto.
¿Por qué?
Por el motivo más frecuente para cualquier persona que tenga algunas responsabilidades: poco tiempo disponible, lo que es mala cosa precisamente porque leer con algún grado de provecho requiere algo de tiempo dedicado a la lectura: no menos de media hora, en mi caso.
Así las cosas, en general acometo la lectura como y cuando puedo... y si el ánimo acompaña, que eso no siempre está provisto ni previsto.
Entre semana, las ocasiones de lectura tienden a ser de no más de 30 minutos por vez. Si se consigue contar con alguna de estas alternativas, el día se puede considerar como "bueno" en lo que a leer se refiere:
- En el transporte público, con un ojo en lo leído y el otro en el resto de los pasajeros, entre los cuales suele haber "amigos de lo ajeno".
- También un poco después de almuerzo, si las demandas del trabajo permiten algo de lectura, ojalá con un café en un lugar tranquilo.
- Al final del día, cuando la familia, "la cosa doméstica" o la pareja lo propician (o al menos no lo impiden) puedo disfrutar de un poco de lectura antes de que el sueño me derrote: antes podía dejar de dormir un poco con tal de leer algo; con más de 50 años a cuestas, ya no es así.
Los fines de semana, al contrario de lo que se podría suponer, el tiempo disponible es casi inexistente, toda vez que lo referido al último item y que no se pudo hacer de lunes a viernes deberá por fuerza hacerse en esos dos días, que se los hace rendir como si fueran tres; quienes hayan superado o estén entrando en la crianza temprana de niños sabrán perfectamente a qué me refiero.
No es un panorama muy alentador ¿verdad?
Sin embargo, esa ha sido mi realidad personal durante los últimos 15 años y aunque conforme los hijos crecen la cosa va mejorando un poco, la verdad es que nunca pareciera que hubiera tiempo suficiente para esto de la lectura.
Asunto aparte, por cierto, es mi ¿porfiada? escritura en estas páginas, para no hablar de la autoría de ficción interactiva, actividades ambas que ciertamente requieren de lo suyo en términos de tiempo para hacerse con un mínimo de provecho o calidad; que no siempre ambos.
Pero ¡qué le vamos hacer! yo no estaría verdaderamente contento o satisfecho, ni como autor ni como lector, si las cosas fueran de otro modo.
Concluye aquí este artículo y esta serie sobre la lectura. Quiera y pueda el lector reflexionar sobre su propia experiencia en esto de leer periódicamente, especialmente si, como yo, es asiduo a la literatura y no puede ni quiere dejar de serlo.
¡Hasta pronto!
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