miércoles, 19 de diciembre de 2007

Marte Rojo

Estoy leyendo Marte Rojo (Red Mars), la primera novela de la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson.

La novela narra los primeros años de la colonización de Marte, en un futuro no muy lejano. Como es de rigor en la buena ciencia ficción, el elemento científico es sólo un lienzo donde pintar los viejos y eternos problemas de la humanidad, que no se borran ni se cambian del día a la noche o de un planeta a otro. En este sentido, se dice que esta es una de las mejores novelas sobre colonización de planetas... y no he leído tantas como para afirmarlo o rebatirlo...

...pero...

...la verdad es que estoy absolutamente maravillado. Los que hayan leido mi post anterior sobre Antártica, sabrán que el señor Stanley Robinson es un maestro en esto de describir paisajes, hasta el punto de incorporar al paisaje como un personaje más.

Y en este libro Marte está presente.

Personalmente, no tengo mayores expectativas de llegar a visitar ningún cuerpo espacial extraplanetario en mi vida y, hasta ahora, las simulaciones de realidad virtual me dejan frío... pero todo eso da lo mismo, porque gracias a la lectura de Marte Rojo me he paseado por sus maravillosos desiertos, acantilados, canales, valles, tormentas... y no ha tenido desperdicio. Puedo agregar que no tenga mala imaginación, pero la prosa del autor es absolutamente envolvente y, después de un rato, es como estar ahí. Ojo, estoy leyendo la versión en Español, y en la traducción no se ha perdido nada.

Es una novela de la exploración espacial de nuevos mundos, muy recomendable para los que gusten del espacio, los relatos de aventuras y la reflexión sociológica sobre nuestra relación de uso (y a veces abuso) con... esto... con la naturaleza en general, en el planeta que sea. Está traducido al español, y es fácil de conseguir en cualquier librería. Como siempre, interesados con problemas de acce$o a los libros, contactarme por en los comentarios del post.

A modo anecdótico, citaré un pequeño trozo de texto, casi doméstico:

Sin embargo, meterse en uno de esos trajes era todo un ejercicio. Nadia se contoneó para subirse los pantalones por encima de la ropa interior, se enfundó la chaqueta, y cerró la cremallera de las dos secciones del traje. Después se calzó unas grandes botas térmicas y unió las anillas superiores a las de los tobillos; se puso los guantes y unió las anillas a las de las muñecas; se puso un casco duro corriente y lo sujetó a la anilla del cuello del traje; luego se acomodó un tanque de aire a la espalda y conectó los tubos de respiración al casco.

Los que hayan jugado Goteras, que escribí mucho antes de leer esta novela, entenderán porqué este pasaje tiene un valor especial para mí...

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