domingo, 18 de abril de 2021

Sea of Rust: ni tres leyes de robótica ni que nada

Volviendo a uno de los géneros más visitados de este blog, en esta ocasión comentaré la novela de ciencia ficción post apocalíptica Sea of Rust del autor estadounidense C. Robert Cargill.

Últimamente se ha vuelto un póco tópico del cine de ciencia ficción el escenario del "apocalipsis de las máquinas": rebeliones de robots y computadores que arrasan con el ser humano, acaso dejándolo al borde de la extinción o reducido a la condición de ganado.

La premisa de este relato es similar: han pasado treinta años de la guerra entre nosotros y las inteligencias artificiales, con el resultado de que ya no quedan seres humanos en el planeta, de tal suerte que el homo sapiens ha sido suplantado por las máquinas que había creado para que lo sirvieran...

...pero no del todo. La situación de las I.A. está lejos de ser unificada o uniforme. De hecho, el conflicto continúa, aunque a otro ritmo; la lucha es ahora entre algunos robots (cada vez más aislados) que persisten en su independencia y entidades centrales (I.A. planetarias ó One World Intelligences) que no sólo han suplantado al ser humano sino que además desean asimilar y controlar cualquier conciencia o inteligencia que no sea la suya.

"La" protagonista del libro es Brittle, una de esos pocos robots independientes que sobrevive en el único sitio donde no gobiernan las O.W.I. y sus drones: el vasto desierto mundial de ruinas humanas abandonadas, lejos de las bases o centros de cómputo globales. En ese erial de polvo y óxido, el mar de herrumbe que da nombre a la novela, Brittle hace lo que todos los robots como ella deben afrontar para seguir funcionando: depredar a sus congéneres que aún continuan activos y aprovechar sus partes para reemplazar las propias o bien trocarlas en los pocos asentamiento "libres" que van quedando.

El juego de presas y cazadores es opresivo, despiadado y desesperado, ya que el destino de los robots que no logran un nivel mínimo de mantenimiento es la degradación de sus funciones cognitivas hasta verse reducidos a máquinas desquiciadas: los temidos 404, verdaderas bestias de metal y plástico de las que nadie está a salvo.

El relato se alterna entre el día a día de Brittle, sus recuerdos como cuidadora de enfermos antes de la guerra y un relato (mediante un narrador más bien omniciente) de los hechos y eventos que llevaron al mundo a su actual estado. En particular, la perspectiva (digamos) personal de Brittle es angustiante, salpicada como está por un cinismo y amargura extremos: poco a poco va "calculando" cómo su conciencia comienza a escapársele según se van degradando sus partes y piezas no estrictamente mecánicas. Sus momentos de lucidez comienzan a verse interrumpidos por visiones o pérdidas de continuidad, a medida que los datos corruptos o fallas de procesamiento se hacen presentes con frecuencia creciente.

El humor de Brittle es negro, falto como está de cualquier fe o ilusión optimista, ya que en su perspectiva nada hay en el futuro salvo destrucción; a manos ajenas o propias: volverse otro 404 o ser canibalizada en medio del desierto.

La casualidad querrá, sin embargo, que en su afán de supervivencia Brittle se tope con un grupo de robots que le proponen una alternativa aparentemente fantasiosa o imposible, que rompe con el ciclo de depredación mutua y con el gobierno absoluto de las O.W.I. Es un proyecto tan improbable como seductor, al que sin embargo Brittle va a aferrarse con desesperación, a la vez que algo extraño y nuevo empieza a pujar en sus circuitos integrados, cada vez más inestables: la esperanza.

Si bien el tema de esta ficción no es para nada original, la perspectiva de la protagonista y los demás personajes es cuando menos diferente a lo habitual, particularmente porque el autor se cuida de dotarlos de una mezcla muy peculiar de conciencia e inteligencia, pero es un intelecto frío, desprovisto de altruismo o dobleces; humano en cuanto a algunas de sus necesidades y motivaciones, ciertamente, pero deliberadamente falto de esa chispa de error, espontaneidad, genialidad, compasión o lo que sea esa característica elusiva que hace del ser humano conciente distinto de una calculadora o de un animal hambriento.

Quede advertido en todo caso el lector: el hecho de que la violencia y la crueldad de este relato sean actuadas por máquinas, no quita ni mucho menos la crudeza de algunos pasajes, que no estarían fuera de lugar en algunos ejemplos de cine gore o en esas pesadillas bélicas que a nuestra especie le gusta perpetrar de cuando en cuando.

Dicho lo anterior, es una lectura muy recomendable para asomarse a lo que podría ser un futuro posible (in absentia) de nuestra especie, especialmente si decidimos que cuidarnos entre nosotros es menos importante que buscar sustitutos automáticos de lo que somos o podemos ser

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